jueves, agosto 26, 2004

Música urbana

Uno no puede andar por la ciudad sin haberla escuchado antes. Basta con pararse en cualquier cruce, cerrar los ojos y abrir las orejas. Basta con sentir algo así como un túnel oscuro pegado a cada lado de la cabeza, imaginar que los autos que cruzan la autopista a nuestra espalda son meteoritos que caen fugaces atravesando el cielo, dejan de ser chatarra veloz para transformarse en un viento sordo y grave que hace vibrar nuestros cartílagos. A estas alturas y después de tanta fantasía, los túneles auditivos se han ensanchado de tal manera que a nuestra cabeza no le queda más remedio que dejar de existir y lo mismo con el resto del cuerpo. En realidad, cuando uno escucha a la ciudad con atención deja de ser un tronco con extremidades, unos ojos o unos pelos en los brazos, ya no se puede ser una nariz o un dedo índice; el sonido de la ciudad anula todo aquello que no se llama oreja. Y, es entonces cuando se empieza a oír todos los teléfonos del mundo sonando sucesivamente y el estruendo es tan escandaloso que uno no puede evitar caer en las paradojas propias de la comunicación: miles de personas se comunican a trevés de estos aparatitos que invaden el espacio sonoro y hacen que sea imposible comunicarse de viva voz. La comunicación que produce incomunicación, pero esto es ya otro tema. Yo aún sigo aquí, totalmente quieta y sin ojos ni dedo índice ni piel capaz de captar esta ciudad. Sólo las orejas abiertas de par en par y entonces, unas voces que se acercan. Él dice algo que no comprendo y ella, con voz de ángel e intención de diablo, le responde que este final era inevitable, él protesta y enciende un cigarro, ella no dice nada y él sigue protestando. No puede ser, ¿cómo voy a vivir sin tí?, ella no dice nada porque no sabe la respuesta a esa pregunta, ¿cómo va a vivir sin él? piensa ella tan alto que casi le oigo las ideas.Vivirás sin mí, atina a decir con la voz ya entrecortada por una lágrima que se atascó haciendo un nudo en la garganta. Pero, díme ¿Cómo podré vivir sin tí? insiste él y entonces una moto que pasa cubriendo con su rastro de motor el triste silencio de ella. La pareja sigue su paseo final y se aleja y empieza una película muda en la televisión de algún vecino. Se oye la pianola que cruje, unos bocinazos intermitentes precedidos por risas de lata , unos pasos y un portazo, más pianola en sepia y publicidad. El volumen del aparato sucumbre a la sirena de una ambulancia apresurada y su canto de muertos se estira en el espacio cambiando el tono de forma degradada hasta difuminarse en la lejanía y ceder territorio a un falso silencio que se desmonta al maullar dos gatos. Abro los ojos y sé que soy algo más que dos túneles que vibran y se ensanchan, soy un dedo índice, unos pelos en los brazos, una nariz que sostiene dos párpados abiertos , un corazón que late furioso para sepultar la voz de esta ciudad entre la vida y mi silencio.

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