domingo, noviembre 21, 2004

Cosas que sueño: los aviones

Ciudad - Francesco Queirolo

Acababa de despertar, sobresaltada y fría, acababa de despertar y no podía dejar de pensar en aquel sueño. Aún le quedaban resquicios de aquella tristeza gris que envolvía el aire de aquella ciudad fantasmal, aún se veía andando por las calles cubiertas de cenizas y tierra y las casas en ruina, centenares de ciudadanos atrapados bajo aquel montón de escombros y el silencio escalofriante que caía sobre la zona afectada. Ella, apenas veinte minutos antes, había llegado a casa, había paseado entre los comensales de aquel comedor que ahora ocupaba su salón, su madre estaba cocinando y ella no entendía por qué un restaurante en su salón, y salió a la terraza para olvidar este extraño asunto y pensó que podría caer un avión del cielo, estrellarse contra el campanario de la iglesia y sembrar la destrucción en la zona y, en efecto, así fue.

 Airplane & Cats - Stephanie Chang - www.crystalfineart.com

Alzó la vista hacia el cielo, apareció un avión que descendía a toda velocidad, a esa escasa altura de vuelo ella podía distinguir las ventanitas y hasta la cara de algún pasajero aterrorizado, una mala turbulencia, se desestabiliza, sigue descendiendo hasta que choca contra el campanario del templo, estalla en el aire y las llamas iluminan el cielo cubierto de nubes grises y amenazantes, una inquietante luz de un blanco fulgurante y seco, se desploma la vieja torre a cámara lenta y, tras las campanas que caen emitiendo una última campanada desesperada, caen los edificios contiguos a la iglesia, el efecto dominó se extiende por toda la manzana de casas y comercios, plazas que ahora se han convertido en improvisados cementerios, miembros sangrientos o carbonizados esparcidos por la calle y los últimos gritos de auxilio de los que han quedado enterrados en vida bajo ese montón de polvo y ceniza que envuelve la ciudad.

el desastre de la ciudad después del desastre

Ella, asombrada por la casualidad o la premonición, tarda unos segundos en reaccionar, admira el espectáculo con el corazón encogido y secretamente fascinada por la belleza subyacente de este tipo de tragedias titánicas, por fin reacciona y decide llamar a la policia, debe cumplir con el deber de una buena ciudadana. Avisar del desastre a los cuerpos policiales, ellos sabrán qué hacer en un caso de estos, y marca el número. No se oye nada al otro lado del hilo telefónico, no da señal, cuelga el teléfono y lo intenta de nuevo. 1-0-9-3, silencio, no hay señal, espera un poco más y nada, decide colgar el auricular. Para aliviar ese cargo de conciencia por no haber cumplido con su deber de ciudadana honorable, piensa que posiblemente alguien habrá llamado ya para alertar a la policía del lamentable accidente y que las patrullas y los coches de bomberos y las ambulancias ya deben estar de camino hacia la iglesia y sus alrededores. Se esfuerza por oír alguna sirena insistente que confirme su excusa expiatoria, pero sólo hay un silencio que delata la suprema tragedia que acaba de acontecer en la ciudad.

La ciudad flotante - Yaquelín Abdalá Rodriguez

Piensa que ha tenido mucha suerte, que podría haber estado paseando por la calle de la iglesia donde solía ir de compras, que podría estar atrapada debajo de alguna biga pesada o una montaña de ladrillos pero que es tan afortunada que se encuentra a salvo en su terraza, viendo el espectáculo desde las alturas y con la perspectiva del que mira desde el barrio de al lado, el horror mirado de lejos parece vacío, no me conmueve, parece no tener tanta contundencia cuando una lo mira desde su torre de marfil, qué suerte por estar a salvo de este avión maldito. Sigue observando el panorama y piensa que podría caer un segundo avión en las montañas que resguardan la ciudad de los vientos que vienen de mar adentro, piensa que podría pasar como antes, cumplirse su deseo en un abrir y cerrar de ojos y así es, un segundo avión aparece a lo lejos, tiene fuselaje y alas negras, avanza con decisión hacia una de las montañas, impacta y emite una ráfaga de luz y llamaradas, se desploma sobre la extensión de pinos y, casi simultáneamente, se encienden varias hogueras pequeñas que se propagan con la brisa persistente que sopla y van creciendo hasta que logran sacar sus lenguas de fuego entre la espesura del bosque y devoran todo lo que se encuentran a su paso y ya sin piedad alguna. Ella, sigue en su terraza, mirando la ciudad en plena crisis y el imponente incendio de la sierra del litoral, estado de alerta en toda la zona, unos quinientos muertos y desperfectos por valor de unos tres millones, qué suerte estar en casa a pesar del improvisado comedor, se está bien en casa, con el pijama puesto y los patucos de lana, se está bien en casa, lejos de tanta barbarie y destrucción.


En la ventana - Carlos Orozco Romero

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