Danza
Ella baila descalza entre los muertos.
Sacude la memoria y las nostalgias,
despierta a los que ya no están
y danza.
Repite una y otra vez el ritual de la tristeza
y trata de ahondar en las imágenes
para poder entender los adioses precipitados,
para poder llevar a cuestas el vacío,
para sentir que,
aunque sin carne,
sigue la vida.
Ella asume que es el ojo del mundo
y que está sola,
que no hay retorno posible
ni máquinas del tiempo
ni álbumes de fotos
en los que poder colarse.
Sabe que,
desde algún lugar fuera del espacio y del tiempo,
ellos la observan y sienten también
las punzadas de soledad que le amenazan.
Parece que el tiempo se volvió loco
y corre a la par que se congela,
a veces no avanza
y a veces vuela.
Y, además,
los papeles por todas partes
le recuerdan esos días
que desea borrar del calendario
pero no puede,
están anclados para siempre,
tatuados con fuego en su piel
y en su recuerdo.
Ese sabor amargo,
la saliva áspera mezclada con lágrimas.
El sabor del miedo y de la muerte,
el sabor de saber que algo nefasto está llegando
y que no vale esconderse bajo las sábanas
y esperar que sea sólo un sueño turbio.
Ese olor aséptico a final
y esa luz mortecina inundando sus ojos.
Tantos sonidos:
pasos,
pitidos,
sollozos,
respiraciones urgentes,
voces y más voces
pronunciando palabras sin sentido,
puertas correderas
y automóviles asustados.
El tacto de una sábana impersonal
y de una mano sin vida,
el frío de un cuerpo sin sangre,
un aliento perdiéndose en la noche,
un último intento desesperado
por retornar del lugar sin retorno,
las últimas fuerzas desvanecidas entre sus manos.
Ella baila descalza entre los muertos,
navega por un mar oscuro de agonías.
Ella baila entre los muertos
y esquiva el dolor a duras penas.
Sola,
en paz pero en guerra,
perdida y sola
entre las nieblas de su vida.
Ella baila entre los muertos
y siente que los muertos la miran,
bailando descalzos entre las nieblas.
Ella baila,
descalza,
entre los muertos
mientras arranca una a una las memorias
y bailan, descalzos, para ella
los muertos que ya no volverán.
Laia Blanch